miércoles, 5 de noviembre de 2014

La ordinariez de decir "que aproveche"



No hay mayor ordinariez que cuando se está comiendo o se va a empezar a comer decir “que aproveche” y si quien lo dice lo acompaña con un tono cantarín… me mata. No puedo con eso, en ninguna de las versiones. Me da lo mismo que mucha gente lo diga, que fulanito que está forrado lo suelte y se quede encantado con sus supuestos buenos modales, que el camarero de ese restaurante tan ideal, que te ha ayudado tan bien a elegir lo que vas a probar, te lo diga con su sonrisa perfecta después de ponerte la comida en la mesa y cantarte el plato; que tu amiga, esa que está a la última en las colecciones de temporada,  se sabe de memoria la escala Pantone y está invitada a las mejores fiestas, lo diga con displicencia cuando se cree afortunada por ser la primera en decirlo o que ese vecino que no se pierde un sarao y tiene una agenda de teléfono que nada tiene que envidiar a la del presidente de Gobierno lo espete en sus almuerzos del club de turno. Diga quien lo diga es horroroso.

Estoy aburrida de oírlo, y la verdad es que lo dice tanta gente, gente que aprecias, que es violento corregirlo, ¿llegas a acostumbrarte? Puede que sí, tengo que confesarlo porque un día mi marido se horrorizó cuando ¡Oh Dios! me oyó decir algo que jamás se había dicho en mi entorno. Un día se hace la luz y una de las personas con las que almuerzas habitualmente comenta que le espanta la frasecita más aireada en horario de comidas y piensas “pues no soy yo la rarita y tampoco he caído en un agujero negro que me ha transportado de mi adolescencia a mi vida actual habiendo en ese intervalo quinientos años en los que han variado los manuales de urbanidad”

Yo me pregunto… ¿realmente es necesario decir “qué no se atragante la comida”, “ojalá que tengas una buena digestión” o “igual hay suerte y no te da un cólico”? Todo eso sobra, del mismo modo que no le dices a tu marido cuando te despides de él por la mañana “espero que cuando cojas el coche no se te pinche una rueda y choques con un taxista enfurecido”.

Me comentaba hace años uno de los responsables de la prestigiosa Escuela de Hostería de Lausanne que en todas las ediciones tenía un par de alumnos a los que había que corregirles ese espantoso dicho y que podía suplirse fácilmente con un “espero que sea de su agrado”. Es cierto que en quien está arraigado es complicado no decirlo, pero estoy casi segura que quien dice esas dos palabras en sitios públicos no lo utiliza en su día a día de puertas para dentro, en su casa, sospecho que lo usan cuando… digamos, se quieren hacer los educados y la fastidian.


La semana pasada vi a un señor en su trabajo, antes de empezar a comer un bocadillo en la oficina (ese tema queda pendiente para otra entrada), que invita con una educación sobreactuada a su vecino de mesa a probarlo. No oí darle las gracias como respuesta, sí dos veces las dos palabras malditas. Ambos se quedaron satisfechos por hacer gala de sus modales ante un tercero, que era yo: el primero por ofrecer parte de su bocadillo, jugoso y caliente, y el segundo por desearle una digestión sin truculencias.

Intentemos hacer las cosas bien, es fácil


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